Subscríbete a
Posts
Comentarios

La frase de la semana

“Cuando el doctor que seguía desde hacía años las hebras tortuosas de mis alergias me impuso una casa vacía de libros regateé como por un mulo en un mercado, cifra a cifra, con un desinterés fingido que no engañaba ni al médico ni a mí misma. Me olvidé de cortinas y de alfombras (hay un retal simbólico, con flecos sucios, que compré en Estambul, bajo mi escritorio, más como una concesión a mis gatas, demasiado señoritas para usar un rascador de uñas convencional que como un desafío a mi alergólogo), pacté las condiciones de limpieza, me mostré simpática, ocurrente y un tanto melancólica. Saqué los libros de mi cuarto; luego ofrecí unas puertas de cristal que preservaran el color blanco de las páginas y mantuvieran los ácaros a raya. Finalmente, disminuí el número, centenar a centenar. Cuando salí de la consulta, había jurado no acumular más de 2.000 libros, y él se había comprometido a no mencionar de nuevo el tema. La lucha fue extenuante, tan fatigosa y manipuladora que las conversaciones con mi médico, desde ese día, cambiaron en tono, y en extensión. Ni él ni yo quedamos satisfechos con el pacto. Ni él ni yo pensábamos que el otro había hecho lo correcto.”

Espido Freire, escritora


Posts relacionados